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Nuestra consagración religiosa, la comunión fraterna, arraigada y cimentada en la caridad, y también nuestra propia misión y acción apostólica están marcadas por una nota especial que da sentido e identidad a nuestro modo de ser.
Porque nosotros, Hijos de la Sagrada Familia, somos testigos y apóstoles
del misterio de Nazaret. Nuestro trato diario es con Jesús, María y José.
Constantes en la oración, amándonos mutuamente con amor fraternal, haciéndolo
todo para gloria de Dios, compartimos con Ellos la experiencia de vida familiar
de Nazaret.
Y damos testimonio de lo que oímos, cada día, en Nazaret, de lo que vemos
con nuestros ojos, contemplamos y tocan nuestras manos acerca de la Palabra de
Vida, y lo anunciamos a la familia humana: es decir, anunciamos a Cristo, que
quiso hacerse partícipe de la comunidad de los hombres y vivir en una familia;
santificó el amor de los esposos con su presencia en el hogar; acogió a los
niños y los bendijo afectuosamente; y, sujeto a María y José empezó en el
humilde trabajo de Nazaret la obra de redención que, obediente hasta la muerte,
consumaría en la cruz